lunes, 10 de enero de 2011

La extraña mansión de la Isabela

Allá por el S.XV, Cristóbal Colón, el que después protagonizaría un hecho importantísimo como es el descubrimiento de América, pasaba gran parte de su tiempo en una casa, bastante grande, en una zona de montaña situada en Madrid, llamada Sierra de Pechón. Cristóbal era una persona solitaria, le gustaba estar rodeado de naturaleza, animales y sobre todo salir de caza, por supuesto sin la ausencia de sus  principales aliados, sus perros. Entre ellos, destacaba uno por encima del resto debido a su belleza, su inteligencia y fidelidad, se llamaba Black, su pelo era negro como el azabache y sus ojos parecían dos perlas. Un día de vuelta a casa, tras una exitosa caza, Colon, acompañado y rodeado de sus perros, iba algo cansado, sin mirar al frente, cuando sin darle tiempo a reaccionar, tropezó con un trozo de madera que se encontraba en medio del camino de tierra, cayendo al suelo y golpeándose la espalda con un afilado pico de una piedra que allí asomaba. Este se levanto algo magullado y dolorido ante la mirada compasiva de algunos de sus perros y los lametones y cariños de otros, y se dirigió a duras penas hacia su casa. Una vez consiguió llegar, no dudo en tumbarse frente al fuego de la chimenea junto a su perro Black, dejando su dañada espalda reposar a la vez que se tomaba una enorme taza de café, que ayudó a calmar algo el dolor. Tras un tiempo observando las llamas Cristóbal se quedó totalmente dormido, sin darse cuenta de la gran proximidad que había entre las llamas y unos viejos papeles que habían quedado amontonados, sin importancia alguna. Estos comenzaron a arder a una velocidad vertiginosa, sin que nadie fuera testigo de ello, ya que Black, también había quedado totalmente dormido tras un duro día de caza. Por fin, el perro se percató de lo que estaba ocurriendo y reflejando el miedo en sus ojos comenzó a ladrar, despertando así, a Cristóbal que se levantó apresuradamente y trató de apagar las llamas por todos los medios. 
Tras una largo tiempo intentando acabar con el fuego se dio por vencido y salió de la casa corriendo acompañado de su fiel perro, sin darle tiempo a rescatar al resto que se encontraban en un cuarto guardados.
Cristóbal muy apenado y dolido por lo ocurrido fue a avisar a alguien para que le ayudara. Encontró a un joven apuesto montado a caballo que parecía algo asustado al ver a Cristóbal y su perro tan nerviosos, tras una larga explicación de lo ocurrido Cristóbal, su perro y el joven acudieron a la casa de nuevo, pero ya era demasiado tarde y las llamas habían devorado toda la casa, dejándola en ruinas.
Finalmente, Cristóbal muy apenado por la perdida de su casa, sus valiosos objetos y sobre todo, de sus perros, exceptuando a Black, volvió a su habitual residencia y no volvió nunca a ir de caza.
Pocos años después, un día como otro cualquiera, Cristóbal estaba sentado en su sillón frente a la chimenea y comenzó a recordar el día que ocurrió todo aquello, por lo que decidió ir a ver lo que había quedado de su casa de campo.
Una vez llegó, observándola desde lo lejos y con una mezcla de miedo y pena decidió entrar y recordar todo lo que había pasado en aquella casa. Tras un largo tiempo observando objetos que habían quedado entre cenizas y escombros comenzó a sentir un calor inexplicable y muy elevado, a la vez que oía como unos perros ladraban incansables. Esta situación agobió demasiado a Cristóbal que salió rápidamente de la casa asustado y tratando de dar explicación alguna a lo ocurrido.
Después de darle vueltas durante un largo tiempo, la única conclusión que encontró fue que había recordado tanto aquello que había sentido el calor del fuego que sintió aquel día y había escuchado a sus perros ladrar como lo hicieron, también aquel día.
Este muy pensativo y apenado volvió a su casa y no se le ocurrió volver allí nunca más.

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